En el siglo XX se configuró a plenitud el campo especializado de la Teoría Literaria en el marco disciplinario e interdisciplinario de la Literatura. La construcción de la teoría se realiza en los centros académicos y de investigación más prestigiados de Europa Occidental y los Estados Unidos.
El referente del debate teórico actual
va desde el formalismo hasta los estudios postcoloniales. Los enfoques o aproximaciones
al hecho literario son diversos: formalismo, estructuralismo, postestructuralismo,
semiótica, psicoanálisis, hermenéutica y teoría de la recepción, crítica
cultural marxista, sociocrítica, feminismo, estudios culturales y estudios
postcoliniales.
El siglo XX es el siglo de la muerte del
autor. El tránsito del formalismo a los estudios postcoloniales no significó
una cancelación de lo que el gesto formalista trajo para los estudios
literarios, sino la acumulación y ulterior apertura hacia campos disímiles, por
continuidad o ruptura, ese arco indica un proceso de entrada para otros géneros
literarios, otras obras y textos, otras escrituras y literaturas; para otros
sujetos –marginales, subalternos, postcoloniales, postmodernos–, que escriben y
que leen o que son leídos en y desde diversos horizontes de expectativa: canon,
identidad y diversidad, deseo, género sexual, raza y etnicidad,
nación/nacionalidad/colonialismo/imperialismo y ética.
La comprensión contemporánea del
fenómeno del poder, de su ramificación reticular y de la creación simultánea de
su resistencia, se corresponde con un momento histórico en que ciertos espacios
de saber son cuestionados y perturbados mediante la acción, y otros son movidos
por la entrada autorizada de una reflexión sobre la naturaleza misma de los
fundamentos de la cultura llamada occidental y de su canon literario. La
irrupción de lo local, de lo diferente, de lo marginal, del sujeto escindido
por la práctica colonial e imperial, racial y de género, crea un foco de
problemas a los cuales hoy dirige su atención la teoría.
Edward Said
(Jerusalem 1935 – Nueva York 2003)
Profesor
de la Universidad de Columbia, desempeñó un papel importante en los estudios
literarios a partir de la década de los sesenta. Su discusión con el
postestructuralismo, su apropiación creadora del pensamiento foucaultiano, su
crítica a la diseminación derrideana, se han entretejido en sus propuestas de
crítica literaria, teoría literaria y crítica cultural. Said acepta una
posición postestructuralista, pero mientras considera en enfoque de Derrida
como estrechamente textual, prefiere la posición de Foucault, que permite ir
más allá de lo textual hacia la dimensión social y política de los escritos.
Para Said, los estudios literarios ya no
pueden ser considerados como omnicomprensivos, pues sus propios límites no son
determinables. Desde esa perspectiva inserta los textos literarios, por
ejemplo, en la problemática cultural y política de los sistemas colonial e imperialista,
de los temas de la cultura de resistencia, del debate sobre la nación, la raza
y el género, puntos de visible actualidad que plantea en Cultura e imperialismo (1996).
Su libro clásico es Orientalismo (1978), con el que se considera a Said como uno de los
iniciadores de la crítica postcolonial. En Orientalismo
se observa un interés por el sujeto colonial en las representaciones
europeas sobre el Medio Oriente, su interés es mostrar que las descripciones de
la cultura no se avienen con la realidad y sus contornos, sino con el discurso
construido por el imperialismo. En el fragmento final de la primera parte del
libro titulado “Crisis” demuestra cómo el Oriente ha sido fabricado por el orientalismo.
El marco de la reflexión de Said es inclusivo, utiliza como ejemplos textos
literarios de Goethe, Hugo, Nerval, libros académicos de Historia, filología,
relatos de viajeros, la acción de las sociedades de estudios orientales y
asiáticos, una textualidad múltiple y variada que ilustra la construcción
discursiva del orientalismo, y de la impronta modeladora de mentalidades y
actitudes de las formaciones articuladas desde el poder: el orientalismo como
una suerte de proyección y deseo de dominio occidentales en el Oriente, como
algo inmutable frente a Occidente; el vínculo entre el imperialismo y las
ciencias humanas.
La importancia del fragmento “Crisis”
está en la operación metodológica practicada por Said que permite formular
interrogantes para otras alteridades: geográficas, étnicas, de género, pues en
última instancia la interpretación aquí se basa en la necesidad de desmontar
los discursos que desde el poder se codifican sobre el Otro.
En el capítulo titulado “Crisis” en Orientalismo, Said comienza por explicar
la importancia dentro de la cultura del texto como generador de conocimiento,
para resaltar que el texto no sólo puede crear conocimientos, sino la realidad
misma que pretende describir. Con el paso del tiempo, conocimientos y realidad
crean una tradición, o lo que Michel Foucault llama discurso, cuya presencia o
peso materiales, y no la originalidad de un autor dado, son los verdaderos
responsables de los textos creados a partir de ella.
En “Crisis” se señala a Napoleón como
uno de los primeros hombres que trazaron planes para el oriente. Napoleón dirigió
una expedición militar a Egipto en 1798 e inició un estudio académico sobre ese
país. A partir de la figura de Napoleón como el primer imperialista, Said
elabora una crítica al discurso del imperialismo. Para Napoleón, el Oriente era
algo que podía conocerse y enfrentarse a causa de los textos que hacían posible
ese Oriente. Se trataba de un Oriente silencioso, al alcance de la mano para
que Europa realizara proyectos que involucraban a los orientales, pero sin
responsabilizarse directamente con ellos. Era un Oriente incapaz de oponer
resistencia a los proyectos, a las imágenes o a las simples descripciones de
las que era objeto. Se trataba de una relación entre lo escrito en Occidente y
el silencio de Oriente, resultado y muestra del poderío cultural de Occidente y
de su determinación de dominio sobre Oriente. Sin embargo, el poderío reviste
otro aspecto, cuya existencia depende de las presiones de la tradición
orientalista y de su actitud textual con respecto al Oriente. Este aspecto
tiene vida propia. La perspectiva que rara vez se ha empleado para dibujar a
Napoleón es la que nos permite verlo avanzar en ese silencio sin dimensiones en
el que se ubica el Oriente, sobre todo, porque el discurso del orientalismo,
más allá de su incapacidad frente a ellos, dio sentido, inteligibilidad y
realidad a su empresa. El discurso del orientalismo y aquello que lo hizo
posible pusieron a su disposición orientales caracterizables cuales los que
aparecían en obras como Description de
l´Égypte.
Said explica que durante los siglos XIX
y XX, las filas de los orientalistas se engrosaron considerablemente porque durante
ese período los alcances de la geografía, real o imaginaria, se hicieron cada
vez más pequeños y porque las relaciones entre Oriente y Europa estaban
marcadas por la irrefrenable expansión europea en busca de mercados, recursos y
colonias, y finalmente, porque el orientalismo completó su metamorfosis de un
discurso académico en una institución imperialista.
La época de esplendor del Orientalismo
fue el siglo XIX, produjo eruditos, provocó un instrumento en el número de
lenguas que se enseñaban en Occidente, así como en la cantidad de manuscritos
editados, traducidos y comentados. En muchas ocasiones, el orientalismo dio al
Oriente estudiantes interesados en temas como la gramática del sánscrito, la
numismática fenicia y la poesía árabe.
Para Said, el Orientalismo atropelló al
Oriente, como sistema de pensamiento acerca del Oriente, su punto de partida
siempre fue un detalle específicamente humano, para luego desplazarse a una
generalización transhumana. El orientalismo presupuso un Oriente inmutable,
completamente distinto a Occidente. El orientalismo en la forma que asumió después del siglo XVIII, fue incapaz de
emprender una revisión de sí mismo.
Desde las últimas décadas del siglo
XVIII, y por lo menos durante ciento cincuenta años, Gran Bretaña y Francia estuvieron
a la cabeza de la disciplina llamada orientalismo. Los grandes descubrimientos
filológicos que Jones, Franz Bopp, Jakob Grimm, y otros, realizaron en el campo
de la gramática comparada se deben a los manuscritos que llegaron de Oriente a
París y Londres. Casi sin excepción, todos los orientalistas empezaron su
carrera como filólogos. El orientalismo se caracterizó por dos rasgos:
1.-
Una nueva autoconciencia científica, basada en la importancia lingüística que
Oriente reviste para Europa.
2.-
Una tendencia a dividir el objeto de estudio con la creencia de que Oriente era
siempre el mismo objeto, inalterado, uniforme y de una singularidad radical.
Lengua
y raza parecían estar unidas con un lazo indestructible, el Oriente “bueno” se situaba siempre en un periodo clásico, en
algún lugar de una India perdida en el tiempo, mientras que el Oriente “malo”
se podía ver en partes del Asia actual, en algunos sitios de África, y en
cualquier lugar del mundo islámico.
La genealogía intelectual del orientalismo
incluye a Gobineau, Renan, Humboldt, Steinthal, Burnouf, Remusant, Palmer,
Weil, Dozy y Muir, por mencionar sólo a algunas de las celebridades del siglo
pasado. También la difusión de las Sociedades de estudios como la Société
Asiatique, fundada en 1822, la Royal Asiatic Society fundada en 1823 por
mencionar algunas. La contribución de la literatura de ficción y de viajes. A finales
del siglo pasado, estos logros fueron posibles por la ocupación europea de todo
el Cercano Oriente, las principales potencias coloniales fueron Francia y Gran
Bretaña, colonizar significaba la creación de intereses: el comercio, las
comunicaciones, la religión, las fuerzas armadas o la cultura.
La crisis actual pone de manifiesto la
disparidad entre los textos y la realidad. Sin embargo, Said en este análisis
no presenta simplemente el origen de las concepciones orientalistas, sino también
destacar su importancia, pues el intelectual de hoy en día tiene toda la razón
al creer que se evade la realidad cuando pasamos por alto una región del mundo.
El orientalismo puede enseñar al intelectual de nuestros días, por un lado, a
limitar o a expandir los alcances de su disciplina, siempre dentro de los
límites de la realidad. El orientalismo puede enseñarle al intelectual a ver el
terreno humano en el que nacen, crecen y mueren los textos, las ideas, los
métodos y las disciplinas. Investigar el orientalismo es, también, proponer
caminos intelectuales para el manejo de los problemas metodológicos que la
historia misma se creó al estudiar el Oriente.
Bibliografía
Araújo,
Nara y Delgado, Teresa (selecc.), Textos
de teorías y críticas literarias. (Del formalismo a los estudios
postcoloniales), México: Universidad Autónoma Metropolitana Unidad
Iztapalapa, Universidad de la Habana, 2003.
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